Yo no soy devota de ninguna virgen, ni tampoco detractora de la gente que vive la religiosidad de la manera que sea. Soy respetuosa, creo, con lo que cada uno quiera creer o no, así que para mi el Rocío ha sido siempre una forma de diversión, donde unos lo unen con fervor, y otros se lo pasan lo mejor que pueden, porque para eso es una romería... alegría.
Siempre he dicho que no me importaría hacer un día del camino, por caminar por Doñana o por los pinos, entre carretas tiradas por bueyes, gente a caballo, calor y color.
No se me ocurre ir a la noche grande del Rocío, ni si quiera acercarme a la aldea. Yo haría mi trozo de trayecto y me volvería, ese era mi pensamiento.
Y este pensamiento se había hecho fuerte este año, porque donde vivo se sienten mucho los preparativos del pueblo para hacer el camino, y llevo un mes y medio viendo a los bueyes entrenándose en el campo para estar en forma y poder tirar de las carretas. Es algo digno de ver.
Pero no, justo hace dos días se me acabó de golpe esta idea. Fue ver pasar a una hermandad por aquí, cerca de casa y saber que no, que yo no quiero verme en esas... porque con sólo un día de camino las señoras ya iban bien cargadas de cubatas y bien sentadas en sus carros con todo el arsenal de bebidas dispuestas impúdicamente ante todos los que las veíamos pasar. Y ellos... los hombres a caballo, de espectáculo digno de lástima, con el cubata en la mano y cayéndoseles la baba por cualquier jovencita que pasara a su lado.
Imagino que habrá otro Rocío, pero me dice gente que entiende y que lo ha vivido muchos años, que ya es bastante difícil encontrar grupos que lo disfruten sanamente, con sus copitas, obviamente, pero cuando y como corresponde. La mesura es bueno para todo.